Samba: 100 años de la música que canta Brasil

100 años de samba. Río de Janeiro es la cuna del género que forjó la identidad nacional de los brasileños.


Detrás de los flamantes museos y paseos marítimos que los Juegos Olímpicos han llevado al renovado puerto de la 'Ciudad Maravilhosa', un solitario cocotero en una placita es testimonio dos noches por semana de un encuentro mágico: un pequeño grupo de músicos sentados en una mesa, rodeados por cientos de cariocas, cantan a pleno pulmón canciones de samba en muchos casos centenarias. Es la Pedra do Sal, el lugar donde según la tradición, nació hace un siglo la música que desde entonces se convirtió en parte indisociable de la identidad brasileña.
"Esto es el templo de la samba, aquí empezó todo y además este lugar tiene una historia africana muy fuerte. Antiguamente el mar llegaba hasta aquí y los esclavos fueron obligados a excavar unos escalones en la roca para subir los sacos de sal hasta arriba de la colina. Este fue un lugar de mucho sufrimiento, pero ahora sirve para hacer felices a las personas", cuenta mientras afina los instrumentos Wagner Silveira, percusionista del grupo Samba de Lei, que cada viernes por la noche anima la plaza con su música, justo a los pies de esa roca.
Los alrededores de la Pedra do Sal y de Cidade Nova, que el compositor Heitor dos Prazeres bautizó como "Pequeña África", fueron el caldo de cultivo perfecto para el nacimiento de este género musical. Descendientes en su mayoría negros de esclavos e inmigrantes llegados de Bahía y de otras regiones del noreste brasileño pusieron en estas desvencijadas callejuelas la semilla de lo que más tarde se llamaría samba. La palabra apareció por primera vez hace cien años, en 1916, cuando Pixinguinha, Donga, João da Baiana y Sinhô, entre otros, compusieron Pelo telefone, considerada la primera samba de la historia. Pero esa samba nada tenía que ver con las batucadas con las que ahora mucha gente identifica al género, recuerda el historiador André Diniz, autor del libro Almanaque do Samba.


"Hasta finales de los años 20 la samba era una especie de tango brasileño. No había instrumentos de percusión, era un baile de salón. Esos músicos tenían guitarras y flautas, instrumentos caros en aquel entonces. Tampoco el carnaval tenía por banda sonora la cadencia frenética de la samba que conocemos hoy. Eso llegaría después. Hasta entonces los cariocas bailaban polcas, se disfrazaban con aparatosos trajes y pelucas al estilo europeo y se divertían cantado óperas de Verdi", cuenta Diniz a EL MUNDO.
El cambio tuvo mucho que ver con la irrupción de Ismael Silva y la gente de Deixa Falar, la primera escuela de samba de Brasil -ahora conocida como Estácio-. Ismael y los suyos, 'malandros' de vida bohemia y mucha calle, "africanizaron" la samba con más tambores y nuevos instrumentos de percusión. Fue también el momento de más represión: "Esta segunda generación era más pobre, eran unos buscavidas que no tenían nada más que su talento", cuenta Diniz. La élite blanca pronto se rindió al ritmo de los tambores, aunque hubiera que disimularlo. En los salones de las casas sonaba de forma exquisita el choro y polca, pero en el patio de atrás se formaban las batucadas. Cuenta la leyenda que con la incorporación de los nuevos instrumentos los gatos desaparecieron de las favelas de Río. Su cuero era ideal para hacer tamborines.
"Carioquísima, urbana y mestiza", recuerda Diniza, la samba tiene una raíz en la tradición africana, pero también en los instrumentos europeos que ya sonaban en las elegantes fiestas de Río de Janeiro desde hacía tiempo gracias a la presencia de la corte de la familia real portuguesa. Mientras la samba se iba convirtiendo en un árbol con mil ramificaciones la radio y las compañías de discos, la mayoría con sede en Río de Janeiro, se encargaban de convertirlo en un género de alcance nacional.
En los años 50 una de las ramas floreció tocada por el jazz y dio lugar a la bossanova. "La guitarra de João Gilberto, la poesía de Vinicius de Moraes y la armonía de Tom Jobim ayudaron a legitimar el género ante la élite intelectual, haciendo de puente entre lo erudito y lo popular", cuenta el historiador. Pero algunas de las musas de la época se resistían a entrar en el cliché de la Garota de Ipanema. Una de ellas era Beth Carvalho. 

Beth Carvalho, una 'niña bien' en el suburbio

De buena familia, Beth recorría con su guitarra a cuestas todas las fiestas de los ambientes sofisticados de los apartamentos de Copacabana y de Ipanema, pero su cabeza y su corazón iban por otro camino: "A mí la bossa-nova me parecía muy elitista. Casi no había negros. Había una cosa americana muy fuerte la influencia del jazz, que también me gusta, pero no era suficiente. La samba de raíz fue lo que más me emocionó".
La joven Beth salió de los barrios pijos y se fue a explorar los suburbios. Ahora, con 51 años de carrera a sus espaldas, 31 discos y un Grammy, es una de las artistas más queridas y respetadas de Brasil. Se la conoce como 'Madrinha do samba' por haber dado la alternativa a jóvenes talentos y por haber sacado del olvido a compositores del talento de Nelson Cavaquinho o Cartola, que desde sus humildes chabolas del morro de Mangueria escribieron algunas de las letras más hermosas de la historia de la música brasileña. Gracias a Beth, hoy son reconocidos como grandes genios de la historia musical del país.
"No hice más que mi obligación (...) Cuando grabé As rosas não falam Cartola estaba desaparecido. La gente pensaba que se había muerto. Pero esa canción suya tuvo un éxito tremendo por todo el país y a partir de ahí el empezó a poder grabar un disco por año", cuenta satisfecha la cantante, que también influyó en la manera en que hoy se hace samba. Tras quedar fascinada con los músicos de la agrupación carnavalesca Cacique de Ramos incorporó a sus discos el repique, el tam tam y el banjo, dando un nuevo giro al género.

Si los primeros sambistas fueron duramente perseguidos por las autoridades, en los años 60 la samba tuvo que hacer frente al azucarado ye-yé de la Jovem Guarda de Roberto Carlos y compañía: "Era una imitación mala del rock. Malísima. La samba siempre ha estado perseguida por la música americana de mala calidad", cuenta Carvalho, que junto al sambista João Nogueira y otros artistas lanzó como contraataque el Clube do Samba, un movimiento de resistencia cultural regado con litros de cerveza, cachaza y carcajadas entre amigos: "Yo era la única que no bebía. Era la única mujer en medio de un grupo de borrachos, era bueno porque yo quedaba como testigo de todo lo que pasaba", bromea Carvalho entre risas al recordar aquellos años.
Ahora la samba se enfrenta a nuevas 'amenazas'. En las favelas, mulatas que antes sambaban despreocupadas en la calle ahora son señoras de misa diaria. Es el avance de las iglesias evangélicas, que en Brasil se multiplican como setas. "Es una tragedia, para ellos la samba es pecado", dice Carvalho. No se trata únicamente de recelo hacia las expresiones de alegría; muchos pastores lanzan explícitos mensajes de odio contra las religiones afrobrasileñas, el candomblé y la umbanda, que están en el ADN de la samba. En el lado musical también hay competencia: el 'funk carioca', otra creación made in Rio nacida en el entorno del narcotráfico, la ha desplazado como vehículo de expresión de las clases populares con su batida pegadiza y sus controvertidas letras, en muchos casos con grandes dosis de machismo y violencia.
"En las favelas ya no ves a niños tocando el tamborim, los ves con zapatillas y con esos pantalones enormes...Parece que estás en Brooklyn. Eso no tiene nada que ver con nosotros", lamenta Carvalho en un ataque de saudade. Algunos especialistas, como Diniz, se muestran menos pesimistas: "Yo veo más bien que la samba es un camaleón. Es una fuente que abastece todo, un lenguaje tan amplio que cede espacio a otras expresiones porque no consigue abarcarlo todo. Está claro que el funk bebe de la samba. Si un día la samba se acaba, se acaba todo". El estado de salud del género podría resumirse en una canción que Nelson Sargento escribió en los 70 y que podría haber escrito ayer: "Samba, agoniza mas não morre, alguém sempre te socorre, antes do suspiro derradeiro..." ("Samba, agoniza pero no muere, siempre alguien te salva, antes del último suspiro").


Fuente: elmundo.es

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